El viernes discurrió sin incidentes,
entre forengys y con la visita de
rigor al Jambo’s House, como viene
siendo habitual. Las predecibles secuelas del viernes me condujeron a un sábado
que amaneció vacío de expectativas pero cuyo ocaso fue memorable.
Abebe, mi
colega etíope, me llamó hacia las 5 pm para tomar una cerveza junto al lago con
sus amigos. No lo dude, unas horas de desintoxicación occidental no me vendrían
mal. Disfrutamos del crepúsculo junto el monumental ficus del Desert Lounge y, más tarde, nos desplazamos
en el bajaj prestado (motocicleta de
tres ruedas; ver imagen) hasta la conocida pizzería Wawi para cenar. Cuando ya nos disponíamos ha abandonar el local
Abebe y su amigo intercambiaron unas palabras en amhárico que, evidentemente,
no conseguí descifrar. Abebe insistió en pagar y yo no opuse resistencia, por
esta vez. Abebe siguió haciendo gala de su confianza y buenas relaciones con el
forengy, es decir, conmigo, y me
ofreció acompañarles a un lugar que jamás olvidaré. Me miró con sus pequeños y
avispados ojos y me preguntó: “¿quieres venirte con nosotros al Recreation Place?”. No pude negarme, a
pesar de percibir por su picara sonrisa que ocultaba algo. “Aprovechando que ha
cogido prestado el bajaj de su amigo
nos querrá dar una vuelta”, pensé. Salimos de la ciudad, cruzamos el Nilo Azul
y las luces de las “casas” empezaron a escasear. Al poco de cruzar el río paramos a rezar -en mi caso a contemplar la magnifica luna llena-. Volví a preguntar.
La contestación fue la misma: Recreation Place
camino de Gondar (a tres horas de Bahar Dar). Confiaba ciegamente en Abebe,
otrora hubiera aprovechado el cristiano receso para salir corriendo. Quince
minutos después de abandonar el centro de la ciudad llegamos a nuestro destino:
¡un bosque de eucaliptos in the middle of
no-where! Abebe y Baharu bajaron del bajaj
y rápidamente se adentraron en el bosque. Sorprendido, no alcancé a preguntar
si este era nuestro objetivo. No hizo falta. La luna llena, bastante
indiscreta, me permitió entrever las siluetas de mis amigos mientras, nada
pudorosos, se bajaban los pantalones y se preparaban en cuclillas para defecar
en perfecta sincronía. Con sus móviles reprodujeron algunas canciones para
inspirarse y durante unos quince minutos disfrutaron de aquel contacto tan íntimo
con la Madre Tierra. El viento acariaciaba sus nalgas y la música tradicional
etíope rompía el incomodo silencio. ¿Que más se podía pedir?
Abebe, aun
en cuclillas, me confesó que, como su cantante etíope preferido, Teddy Afro,
este era uno de sus placeres preferidos. Teddy Afro declaró recientemente en
una entrevista (íntegramente en amhárico y no disponible en Internet) que en
ocasiones recorría hasta treinta kilómetros solo para abonar, con los restos de lo que algún día fueron injeras, algún bosque de eucaliptos de
los muchos que rodean Addis Ababa.
El Recreation Place resultó ser una
costumbre bastante arraigada. Con todo, solo aquellos afortunados que ganan lo
suficiente para costearse la gasolina hasta la forestal letrina pueden
permitirse este particular deleite. Otros, los más, se tienen que conformar con
alguna infecta letrina o con alguna mancha de arbustos que se resiste al envite
de las hachas.
Antes de
subir al bajaj para volver a la
ciudad nos tuvimos que mirar la suela de los zapatos, el bosquete no era
precisamente virgen. El color blanco de los papeles usados destacaba entre los
árboles, de no haber sabido el significado de la expresión Recreation Place hubiera perjurado que eran champiñones.