dimecres, 18 d’abril del 2012

Molta corbata i molt poca vergonya


La primera vez que vi llorar a un niño de la calle me pregunté cuanto costaría consolarlo. ¿Cuántos dólares sacarle de la calle? ¿Cuántos euros darle una educación digna? ¿Cuántos birr recuperar su vida? ¿Sería suficiente con que un monarca europeo sacrificara a un elefante etíope?
Se había golpeado la cabeza, la herida aun supuraba y no tenía a nadie que le consolara. Dejó de respirar compulsivamente cuando me vio, tomó aire y se dirigió a mí: Hello Mister! Por un instante su sonrisa venció al dolor, pero cuando le dí la espalda siguió llorando.
Las calles estaban engalanadas, se celebraba un encuentro de nivel de políticos y autoridades del estado. Aun escuchaba el llanto del niño a mis espaldas cuando la avenida se lleno de vehículos repletos de militares. Las sirenas de la policía militar motorizada silenciaron los llantos del niño. Sendos Land Cruiser con los vidrios tintados, flanqueados por militares y policías, pasaron como una exhalación junto a nosotros. Los bajaj fueron desplazados bruscamente por el cortejo militar. Pude ver el rostro de uno de sus ocupantes de los Land Cruiser mientras se afanaba en subir la luna delantera. Traje oscuro, gafas de sol, sonrisa forzada y desprecio manifiesto. Características que me resultaron muy familiares, muy occidentales. ¿Cuántos safaris habría costado ese Armani? ¿Cuántos trofeos de caza esas Ray-Ban? No tarde en olvidarme del chichón de aquel niño de la calle.