Casi todas las mañanas recorro los aproximadamente
1500 metros que separan mi alojamiento de la Universidad de Bahar Dar.
1500 metros repletos de historias personales, la misma gente en los mismos
lugares, un día tras otro. Las mismas caras, las mismas sonrisas y los mismos
comentarios. Al principio creí que esta particular versión de “El día de la
marmota” se trataba de algo circunstancial pero me equivocaba. Cada mañana se
convierte en un paseo por las realidades de todos y cada uno de los guardianes permanentes de esos 1500 metros, paseo en el que siempre soy el
centro de atención. Es mi exclusiva alfombra
roja matutina.
Los Hi Mister!! y Sir, Sir!! se
combinan con los Where are you going?
y How are you?. Si la conversación progresa, cosa que ya no suele
suceder, es siempre inevitable el clásico Where
do you come from?. A la altura del kilómetro 0.3 el idioma cambia y escucho
de boca de una muchacha -¿Cómo estás?-. Recurrente, sí, pero tengo que
reconocer que no deja de sorprenderme y que incluso se agradece, puesto que
probablemente será el único castellano que escuche durante el resto del día.
En las mismas esquinas, en los
mismos alcorques, en las mismas jardineras, desde el limpiabotas discapacitado,
que día tras día me ofrece sus servicios en amhárico. al hombre desnudo que
yace impasible en las puertas del templo copto. Las mismas sillas de ruedas;
unas con niños, otras con mujeres y otras con mujeres que transportan en su
seno a niños. El mismo militar con su uniforme raído y su Kalashnikov oxidado. Los
mismos niños que duermen en la calle y que aprovechan el calor de los primeros
rayos de sol para dormitar, apoyando su frágil cabeza en una piedra que hace
las veces de almohadón. Las mismas mujeres que venden cruces coptas y estampitas
a las 8:00AM, hora internacional. Los mismos sacerdotes coptos que pasean
altivos y son saludados con vehemencia por los devotos. La misma anciana acurrucada
en aquel rincón que agita su mano mendigando unas monedas. Los mismos
campesinos que caminan descalzos sosteniendo un largo bastón en sus hombros. El
mismo chico báscula que insiste cada
mañana en que me pese, sin perder la esperanza. La misma chica báscula que oculta los muñones que substituyen a sus manos mientras
me sonríe, para ver si vuelvo a pesarme.
Cuando alguno de ellos falta a
su cita no tardas en percibir su ausencia. Ellos empiezan a conocerme y los Where do you come from?, Where are you going? y How are you? empiezan a escasear, pero
nunca pasa un día sin que te regalen algún Hi
Sir!!.
Ya en el campus un estudiante me
espera y no tarda en pedirme dinero por su asistencia técnica. Confiaba en que accedería a echarme una mano de manera
gratuita. Intercambio de saberes, esa era la idea. Baja el precio, intentando
regatear, y enojado le replico - ¡¡La universidad no es un mercado!!-. Entretanto,
el café recogido en los jardines del campus se seca al sol y los burros
arrastran la leña cortada a los pies del edificio. Una mirada hacia los hombres
que recogen las semillas de café junto al despacho del Decano de Ciencias
Agrarias me hace replantearme mis rudas palabras occidentales, y es que esos 1500 metros de alfombra roja nunca te dejan indiferente.