Addis Ababa se presenta caótica, sin
un crecimiento planificado, sin mapas. Los únicos mapas que se pueden ver en
Addis son aquellos que despliegan los turistas intentando orientarse. La
inmensa mayoría de los habitantes de Addis desconocen los nuevos nombres de las
calles principales -originados con motivo de la designación de Addis como
capital de la Unión Africana- y olvidaron la antigua denominación. Los
habitantes de Addis nunca han necesitado mapas, sencillamente encuentran su
camino, saben cual es el minibus local que les llevará a su destino. Aun hoy
muchas calles secundarias de Addis carecen del nombre. Sus pobladores te
acompañarán amablemente hasta la puerta del museo, el templo o la oficina de
inmigración pero no les preguntes el nombre de la avenida principal.
Los contrastes son el
paisaje urbano de Addis. Los lujosos edificios de Bole conviven con las
chabolas. Los turistas adinerados y los expatriados que vuelven trajeados de EEUU
conviven con los condenados, con aquellos expiran en las calles. El dinero
circula rápido en los edificios de cristales tintados, más rápido de lo que los
condenados pueden tan siquiera imaginar. La elefantiasis y otras enfermedades
de origen parasitario son exhibidas en las puertas de los SPAs de lujo. SPAs
que ofrecen tratamientos de belleza prohibitivos en Europa, cuyos precios en
Addis son equiparables al costo de un tratamiento contra las infecciones
parasitarias. Cualquier europeo puede permitirse un masaje sueco en Addis.
La mendicidad es parte intrínseca
de Addis, y la indiferencia es la reacción que suscita entre los turistas. El
desempleo conduce al hurto y después, como sucesión natural, a la mendicidad,
cuando no a la cárcel. En Addis son frecuentes los robos, afortunadamente, sin
violencia. Los ladronzuelos tienen tantas técnicas de hurto como vías de escape
-en caso de que la victima se percate- siendo las penas por robo a turistas muy
severas, incluso para los menores. Los niños que venden chicles y tabaco
intentan hacer doble negocio, bajo la bandeja de los productos ocultan su
pequeña y hábil mano izquierda mientras se afanan en buscar en los bolsillos
ajenos. Niños que juegan a esconderse entre la inmundicia en los contenedores
de basura. Niños cuya sonrisa hace olvidar por un momento su miseria. El éxodo
rural, promovido por la globalización, ha llevado a muchas familias ha empeorar
sus condiciones de vida, en una ciudad que no se apiada de nadie.
Tras los barrotes se
esconde el Addis que quiso ser y no pudo. Algunas de sus plazas y jardines
permanecen cerradas al público, perpetuando así su conservación. La ostentosa
plaza de la Amistad Cuba Etiopía es un buen ejemplo, aunque el mausoleo
comunista no es ajeno al paso del tiempo, la polución ya ha enmascarado los
nombres de sus muertos. Entre los edificios ministeriales y el lujoso Hilton se
esconde un parque infantil con numerosas toboganes que nunca han sido usados. Los
niños de la calle tienen que conformarse con los recursos lúdicos que ofrecen
los contenedores de basura. Los barrotes, el polvo, los años y las plantas
silvestres -creciendo entre baldosas- dan un aspecto desolador, casi de
invierno post nuclear, a estos parques públicos convertidos en urnas
museísticas. Los otros museos de Addis albergan tesoros de Haile Selassie y restos
óseos del eslabón perdido de la evolución humana, entre otros. El valor de estas
colecciones contrasta con la sencillez de dichos museos.
Los
contrastes se suceden; una fila de asnos cargados con sacos de carbón vegetal desfila
junto al obsceno bunker de la embajada
norteamericana. Los asnos bajan de las montañas tapizadas de eucaliptos que
rodean la ciudad. Montañas que distan mucho de ser consideradas un parque
periurbano, simplemente son una fuente de recursos naturales. Hasta hace no mucho
la leña era el principal combustible de la mayoría de la población. La
introducción del eucalipto en Etiopía ha supuesto una catástrofe natural que ha
evitado una catástrofe humana. A mediados del siglo XX la supervivencia de la
ciudad de Addis peligró, la leña se estaba agotando. Los europeos introdujeron
el eucalipto y hoy la colonización silenciosa del árbol australiano sigue
avanzando, prácticamente todo el país esta tomado. Con todo, la disponibilidad
de combustible y material para la construcción está asegurada, al menos por el
momento.
Contrastes también en
las temperaturas; las noches de Addis son propias del invierno, con
temperaturas que rondan los cinco grados centígrados, durante el día vuelve el
verano, y bajo el radiante sol de mediodía las temperaturas no bajan de los veinticinco
grados. El aire seco y caliente se mezcla con las emanaciones de los viejos
motores, el humo procedente de la combustión de leña de eucalipto y el
incomparable aroma a café tradicional etíope. Es el aroma de mediodía en Addis.
La polución empieza a ser un problema, antiguos vehículos soviéticos y aquellos
que occidente descartó -que ven aquí prolongada su edad de jubilación- son los principales culpables. Los corredores, otrora
medallistas, y sus discípulos entrenan de madrugada, evitando así el tráfico,
que si bien no es excesivo es suficiente para ensuciar la atmosfera urbana.
Entre las cinco y las siete de la mañana Addis es la capital del running de elite, las calles en penumbra
se llenan de jóvenes que entrenan, dopados por el sueño americano.
Contrastes que en
ocasiones perturban; el embajador de Japón en Etiopía protagoniza la cita del
día en uno de los principales rotativos en inglés de la capital “queremos que
Addis sea competitiva en el mercado global”. Para los vendedores del Mercato
de Addis -uno de los mayores del continente africano- el mercado global
consiste en vender sus productos a los pocos extranjeros que se aventuran en él.
Publicado en: http://www.kaosenlared.net
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