dimarts, 10 d’abril del 2012

Recreation Place


El viernes discurrió sin incidentes, entre forengys y con la visita de rigor al Jambo’s House, como viene siendo habitual. Las predecibles secuelas del viernes me condujeron a un sábado que amaneció vacío de expectativas pero cuyo ocaso fue memorable.
Abebe, mi colega etíope, me llamó hacia las 5 pm para tomar una cerveza junto al lago con sus amigos. No lo dude, unas horas de desintoxicación occidental no me vendrían mal. Disfrutamos del crepúsculo junto el monumental ficus del Desert Lounge y, más tarde, nos desplazamos en el bajaj prestado (motocicleta de tres ruedas; ver imagen) hasta la conocida pizzería Wawi para cenar. Cuando ya nos disponíamos ha abandonar el local Abebe y su amigo intercambiaron unas palabras en amhárico que, evidentemente, no conseguí descifrar. Abebe insistió en pagar y yo no opuse resistencia, por esta vez. Abebe siguió haciendo gala de su confianza y buenas relaciones con el forengy, es decir, conmigo, y me ofreció acompañarles a un lugar que jamás olvidaré. Me miró con sus pequeños y avispados ojos y me preguntó: “¿quieres venirte con nosotros al Recreation Place?”. No pude negarme, a pesar de percibir por su picara sonrisa que ocultaba algo. “Aprovechando que ha cogido prestado el bajaj de su amigo nos querrá dar una vuelta”, pensé. Salimos de la ciudad, cruzamos el Nilo Azul y las luces de las “casas” empezaron a escasear. Al poco de cruzar el río paramos a rezar -en mi caso a contemplar la magnifica luna llena-. Volví a preguntar. La contestación fue la misma: Recreation Place camino de Gondar (a tres horas de Bahar Dar). Confiaba ciegamente en Abebe, otrora hubiera aprovechado el cristiano receso para salir corriendo. Quince minutos después de abandonar el centro de la ciudad llegamos a nuestro destino: ¡un bosque de eucaliptos in the middle of no-where! Abebe y Baharu bajaron del bajaj y rápidamente se adentraron en el bosque. Sorprendido, no alcancé a preguntar si este era nuestro objetivo. No hizo falta. La luna llena, bastante indiscreta, me permitió entrever las siluetas de mis amigos mientras, nada pudorosos, se bajaban los pantalones y se preparaban en cuclillas para defecar en perfecta sincronía. Con sus móviles reprodujeron algunas canciones para inspirarse y durante unos quince minutos disfrutaron de aquel contacto tan íntimo con la Madre Tierra. El viento acariaciaba sus nalgas y la música tradicional etíope rompía el incomodo silencio. ¿Que más se podía pedir?
Abebe, aun en cuclillas, me confesó que, como su cantante etíope preferido, Teddy Afro, este era uno de sus placeres preferidos. Teddy Afro declaró recientemente en una entrevista (íntegramente en amhárico y no disponible en Internet) que en ocasiones recorría hasta treinta kilómetros solo para abonar, con los restos de lo que algún día fueron injeras, algún bosque de eucaliptos de los muchos que rodean Addis Ababa.
El Recreation Place resultó ser una costumbre bastante arraigada. Con todo, solo aquellos afortunados que ganan lo suficiente para costearse la gasolina hasta la forestal letrina pueden permitirse este particular deleite. Otros, los más, se tienen que conformar con alguna infecta letrina o con alguna mancha de arbustos que se resiste al envite de las hachas.
Antes de subir al bajaj para volver a la ciudad nos tuvimos que mirar la suela de los zapatos, el bosquete no era precisamente virgen. El color blanco de los papeles usados destacaba entre los árboles, de no haber sabido el significado de la expresión Recreation Place hubiera perjurado que eran champiñones.