dilluns, 23 de gener del 2012

Addis, capital de los contrastes


Addis Ababa se presenta caótica, sin un crecimiento planificado, sin mapas. Los únicos mapas que se pueden ver en Addis son aquellos que despliegan los turistas intentando orientarse. La inmensa mayoría de los habitantes de Addis desconocen los nuevos nombres de las calles principales -originados con motivo de la designación de Addis como capital de la Unión Africana- y olvidaron la antigua denominación. Los habitantes de Addis nunca han necesitado mapas, sencillamente encuentran su camino, saben cual es el minibus local que les llevará a su destino. Aun hoy muchas calles secundarias de Addis carecen del nombre. Sus pobladores te acompañarán amablemente hasta la puerta del museo, el templo o la oficina de inmigración pero no les preguntes el nombre de la avenida principal.
Los contrastes son el paisaje urbano de Addis. Los lujosos edificios de Bole conviven con las chabolas. Los turistas adinerados y los expatriados que vuelven trajeados de EEUU conviven con los condenados, con aquellos expiran en las calles. El dinero circula rápido en los edificios de cristales tintados, más rápido de lo que los condenados pueden tan siquiera imaginar. La elefantiasis y otras enfermedades de origen parasitario son exhibidas en las puertas de los SPAs de lujo. SPAs que ofrecen tratamientos de belleza prohibitivos en Europa, cuyos precios en Addis son equiparables al costo de un tratamiento contra las infecciones parasitarias. Cualquier europeo puede permitirse un masaje sueco en Addis.
La mendicidad es parte intrínseca de Addis, y la indiferencia es la reacción que suscita entre los turistas. El desempleo conduce al hurto y después, como sucesión natural, a la mendicidad, cuando no a la cárcel. En Addis son frecuentes los robos, afortunadamente, sin violencia. Los ladronzuelos tienen tantas técnicas de hurto como vías de escape -en caso de que la victima se percate- siendo las penas por robo a turistas muy severas, incluso para los menores. Los niños que venden chicles y tabaco intentan hacer doble negocio, bajo la bandeja de los productos ocultan su pequeña y hábil mano izquierda mientras se afanan en buscar en los bolsillos ajenos. Niños que juegan a esconderse entre la inmundicia en los contenedores de basura. Niños cuya sonrisa hace olvidar por un momento su miseria. El éxodo rural, promovido por la globalización, ha llevado a muchas familias ha empeorar sus condiciones de vida, en una ciudad que no se apiada de nadie.
Tras los barrotes se esconde el Addis que quiso ser y no pudo. Algunas de sus plazas y jardines permanecen cerradas al público, perpetuando así su conservación. La ostentosa plaza de la Amistad Cuba Etiopía es un buen ejemplo, aunque el mausoleo comunista no es ajeno al paso del tiempo, la polución ya ha enmascarado los nombres de sus muertos. Entre los edificios ministeriales y el lujoso Hilton se esconde un parque infantil con numerosas toboganes que nunca han sido usados. Los niños de la calle tienen que conformarse con los recursos lúdicos que ofrecen los contenedores de basura. Los barrotes, el polvo, los años y las plantas silvestres -creciendo entre baldosas- dan un aspecto desolador, casi de invierno post nuclear, a estos parques públicos convertidos en urnas museísticas. Los otros museos de Addis albergan tesoros de Haile Selassie y restos óseos del eslabón perdido de la evolución humana, entre otros. El valor de estas colecciones contrasta con la sencillez de dichos museos.
            Los contrastes se suceden; una fila de asnos cargados con sacos de carbón vegetal desfila junto al obsceno bunker de la embajada norteamericana. Los asnos bajan de las montañas tapizadas de eucaliptos que rodean la ciudad. Montañas que distan mucho de ser consideradas un parque periurbano, simplemente son una fuente de recursos naturales. Hasta hace no mucho la leña era el principal combustible de la mayoría de la población. La introducción del eucalipto en Etiopía ha supuesto una catástrofe natural que ha evitado una catástrofe humana. A mediados del siglo XX la supervivencia de la ciudad de Addis peligró, la leña se estaba agotando. Los europeos introdujeron el eucalipto y hoy la colonización silenciosa del árbol australiano sigue avanzando, prácticamente todo el país esta tomado. Con todo, la disponibilidad de combustible y material para la construcción está asegurada, al menos por el momento.
Contrastes también en las temperaturas; las noches de Addis son propias del invierno, con temperaturas que rondan los cinco grados centígrados, durante el día vuelve el verano, y bajo el radiante sol de mediodía las temperaturas no bajan de los veinticinco grados. El aire seco y caliente se mezcla con las emanaciones de los viejos motores, el humo procedente de la combustión de leña de eucalipto y el incomparable aroma a café tradicional etíope. Es el aroma de mediodía en Addis. La polución empieza a ser un problema, antiguos vehículos soviéticos y aquellos que occidente descartó -que ven aquí prolongada su edad de jubilación- son los principales culpables. Los corredores, otrora medallistas, y sus discípulos entrenan de madrugada, evitando así el tráfico, que si bien no es excesivo es suficiente para ensuciar la atmosfera urbana. Entre las cinco y las siete de la mañana Addis es la capital del running de elite, las calles en penumbra se llenan de jóvenes que entrenan, dopados por el sueño americano.
Contrastes que en ocasiones perturban; el embajador de Japón en Etiopía protagoniza la cita del día en uno de los principales rotativos en inglés de la capital “queremos que Addis sea competitiva en el mercado global”. Para los vendedores del Mercato de Addis -uno de los mayores del continente africano- el mercado global consiste en vender sus productos a los pocos extranjeros que se aventuran en él.


Publicado en: http://www.kaosenlared.net