dilluns, 19 de desembre del 2011

La última bandeja de jamón


Las bandejas desechables de jamón curado en lonchas y embutidos varios son, sin duda, uno de los alimentos procesados más frecuentes en el equipaje del viajero ibérico. Siguiendo esta ancestral y carnívora costumbre, transporté hacia tierras africanas una surtida muestra de ibéricos convenientemente envasados al vacío y bien adobados con todo tipo de conservantes, que mi querida madre insistió en que me llevará para mantener mi peso ideal en el Cuerno de África.
La mayor parte del surtido fue desapareciendo discretamente durante las largas noches africanas. Las bandejas aun no significaban nada para mí. La última bandeja, pero no por ello la peor, la he degustado hoy en las calles de Bahar Dar. Compartí aquellas finísimas lonchas de jamón, en este caso ibérico, con mi guía local mientras nos afanábamos en la nada placentera mudanza.
Una vez consumida la última loncha busqué con la habitual inercia occidental una papelera, una tarea nada fácil en el África Subsahariana, donde poco o nada se descarta antes de ser reutilizado numerosas ocasiones. Sin embargo, y para mi sorpresa, a pocos metros de distancia apareció, como por arte de magia, una papelera. Una de mis primeras papeleras en África. Una sucia y rebosante papelera. Me dispuse ha utilizarla. Tras situar estratégicamente la bandeja desechable, para evitar que aquel castillo de naipes hecho con desechos de los desechos se desplomara, proseguí mi camino. A los pocos minutos recordé que debía sacar dinero para pagar el alquiler y volví sobre mis pasos. La papelera permanecía allí, repleta y desafiante, pero la bandeja había emigrado.
Un niño de apenas tres años caminaba descalzo y semidesnudo, feliz con su nuevo tesoro. El niño chupaba incesantemente la bandeja intentando adivinar que extraño alimento había contenido ese plateado envase del primer mundo. Ni que decir tiene, que aquello que nosotros rechazamos, esos pedacitos de grasa o diminutos fragmentos que se salvaron de nuestra gula adhiriéndose al envase, fueron muy bien recibidos por el estomago del niño. La bandeja relucía más plateada que de costumbre. Lejos, demasiado lejos, su madre yacía en la calle, mendigando, entre harapos. El jamón ingerido se hizo de repente, más y más pesado en mi estómago occidental, pero seguí mi camino.
El cajero automático estaba a la vuelta de la esquina. Su límite de extracción estipulado eran 5000 Birr el equivalente a unos 200 €, no demasiado. Dicho límite respondía a razones meramente técnicas, no caben más de 5000 Birr en billetes de 100 por la ranura del cajero, de unos dos centímetros. La última bandeja desechable de jamón ibérico tuvo una anchura similar cuando aun contenía lonchas.


Publicado en: http://www.la-razon.com/opinion/columnistas/ultima-bandeja_0_1529847021.html