dilluns, 26 de desembre del 2011

25 de diciembre en el Cuerno de África


Melkan y Gyrma son hermanos. Melkan tiene veinte años, dejó la escuela cuando faltaron sus padres para cuidar de la casa y de Gyrma. Gyrma tiene veinticuatro años y es sordo, dejó la escuela cuando faltaron sus padres para conseguir ingresos y cuidar de Melkan. Gyrma no tiene una sordera completa, sigue el ritmo de la música africana cuando el volumen le resulta audible, pero nunca ha usado audífono y tiene ciertas dificultades en el habla.
Gyrma construye pequeñas barcas decorativas de papiro para poder pagar el alquiler de su minúscula cabaña. El alquiler mensual de la cabaña asciende a 200 Birr, el equivalente a unos 10 € o a una noche de hotel occidental junto al Nilo Azul. Las manos de Gyrma están hinchadas y deterioradas, los pequeños cortes producidos por los tallos de papiro las han envejecido prematuramente. Los forengys y algunos turistas nacionales compran los pequeños barcos por unos 20 Birrs. Las ventas dependen de las estaciones, durante la estación de lluvias las ventas se reducen y la economía de subsistencia de los hermanos hace aguas.
Melkan prepara café e injeras en la cabaña mientras espera que Gyrma vuelva de trabajar. Los pósters de estrellas etíopes de la canción decoran el interior de la cabaña. Por fuera, los excrementos de ganado revisten la estructura de adobe haciéndola más impermeable. A veces Melkan hecha una mano a sus vecinas en el procesado del grano y las legumbres, a cambio ellas le prestan algunos utensilios de cocina cuando los necesita. Un viejo y oxidado pedazo de varilla metálica de obra hace las veces de mazo para moler el café, una colección de antiguas botellas de una conocida marca de refrescos y un par de platos de plástico hacen las veces de vajilla y sendos sacos de paja hacen las veces de silla y camastro. No hay mucho más en la humilde cabaña de los hermanos.
Con todo, Melkan y Gyrma no pierden la sonrisa. Se pueden considerar afortunados, no ha tenido que recurrir a la mendicidad para subsistir. Las decenas de cuerpos semidesnudos que yacen en las puertas el templo copto se lo recuerdan a Gyrma cada mañana, cuando inicia su ronda matutina en busca de clientes.
Melkan y Gyrma me invitaron a tomar café con ellos el 25 de diciembre. El domingo es el único día que Gyrma no sale a vender. Melkan y Gyrma saben poco o nada de la navidad occidental, pero Gyrma ha notado un cierto incremento en las ventas de barquitos durante estos días. Gyrma no entiende porque los forengys compran más de lo que necesitan. -Deberían de ahorrar para cuando llegué la estación mala- dice Gyrma contrariado.
Tras compartir con ellos unas cuantas tazas de café tradicional volví a mi confortable alojamiento occidental. Tenía una colada pendiente. Lavaba mi ropa en la bandeja de la ducha cuando se fue la luz, como tantas otras veces. Sin embargo, en esta ocasión no maldije el oportunismo del apagón. Recordé la sonrisa de Melkan cuando prepara café y espera pacientemente a que el café se tueste sobre las insignificantes brasas, espera a que vuelva su hermano, espera a que se haga de día para poder disponer de luz e iniciar las tareas domesticas, espera poder ahorrar algo de dinero para poder pagar el alquiler y, en definitiva, espera que nada desestabilice su frágil modo de vida para poder seguir sonriendo.
Melkan y Gyrma me enseñaron a esperar con una sonrisa, y así espere hasta que volvió la luz.


Publicado en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142050


dijous, 22 de desembre del 2011

Black Xmas


UN car littering the Blue Nile



Hippos!!















Work in progress
Ethiopian coffee





















Looking for the crocodriles
Seeds

dilluns, 19 de desembre del 2011

La última bandeja de jamón


Las bandejas desechables de jamón curado en lonchas y embutidos varios son, sin duda, uno de los alimentos procesados más frecuentes en el equipaje del viajero ibérico. Siguiendo esta ancestral y carnívora costumbre, transporté hacia tierras africanas una surtida muestra de ibéricos convenientemente envasados al vacío y bien adobados con todo tipo de conservantes, que mi querida madre insistió en que me llevará para mantener mi peso ideal en el Cuerno de África.
La mayor parte del surtido fue desapareciendo discretamente durante las largas noches africanas. Las bandejas aun no significaban nada para mí. La última bandeja, pero no por ello la peor, la he degustado hoy en las calles de Bahar Dar. Compartí aquellas finísimas lonchas de jamón, en este caso ibérico, con mi guía local mientras nos afanábamos en la nada placentera mudanza.
Una vez consumida la última loncha busqué con la habitual inercia occidental una papelera, una tarea nada fácil en el África Subsahariana, donde poco o nada se descarta antes de ser reutilizado numerosas ocasiones. Sin embargo, y para mi sorpresa, a pocos metros de distancia apareció, como por arte de magia, una papelera. Una de mis primeras papeleras en África. Una sucia y rebosante papelera. Me dispuse ha utilizarla. Tras situar estratégicamente la bandeja desechable, para evitar que aquel castillo de naipes hecho con desechos de los desechos se desplomara, proseguí mi camino. A los pocos minutos recordé que debía sacar dinero para pagar el alquiler y volví sobre mis pasos. La papelera permanecía allí, repleta y desafiante, pero la bandeja había emigrado.
Un niño de apenas tres años caminaba descalzo y semidesnudo, feliz con su nuevo tesoro. El niño chupaba incesantemente la bandeja intentando adivinar que extraño alimento había contenido ese plateado envase del primer mundo. Ni que decir tiene, que aquello que nosotros rechazamos, esos pedacitos de grasa o diminutos fragmentos que se salvaron de nuestra gula adhiriéndose al envase, fueron muy bien recibidos por el estomago del niño. La bandeja relucía más plateada que de costumbre. Lejos, demasiado lejos, su madre yacía en la calle, mendigando, entre harapos. El jamón ingerido se hizo de repente, más y más pesado en mi estómago occidental, pero seguí mi camino.
El cajero automático estaba a la vuelta de la esquina. Su límite de extracción estipulado eran 5000 Birr el equivalente a unos 200 €, no demasiado. Dicho límite respondía a razones meramente técnicas, no caben más de 5000 Birr en billetes de 100 por la ranura del cajero, de unos dos centímetros. La última bandeja desechable de jamón ibérico tuvo una anchura similar cuando aun contenía lonchas.


Publicado en: http://www.la-razon.com/opinion/columnistas/ultima-bandeja_0_1529847021.html


diumenge, 18 de desembre del 2011

Bizarre things



Do you have an umbrella?


My tiny friend doing her nest


Yes We Can Restaurant, next to my accommodation

Etiòpia d'Or...estiu tot l'any...

al fons el llac Tana


dissabte, 17 de desembre del 2011

dijous, 15 de desembre del 2011

Bahar Dar rush hour


Primeras impresiones

Etiopía, el segundo país más poblado de África y uno de los últimos países del mundo en lo que a IDH se refiere. Un país en el cuerno de África donde gobernó durante más de treinta años la deidad del movimiento rastafari Haile Selassie.
Etiopía te da la bienvenida en su capital, Addis Ababa, con luces parpadeantes que parecen avisarte del choque cultural que se avecina cuando el avión aterrice. Si optas por adentrarte en la Etiopía profunda desde el domestic airport de Addis Ababa puedes volar hacia las principales capitales regionales. A precios que rivalizan con el low cost occidental viajarás a lugares donde las terminales aeroportuarias no son más que cobertizos construidos con planchas metálicas. Uno de estos lugares es Bahar Dar.
Calles repletas de gente que no conoce el significado de la palabra estrés,
basculas de alquiler y limpiabotas que aguardan a los clientes,
docenas de triciclos motorizados que circulan por doquier,
tierra roja que cubre las aceras y ayuda a distinguir a los peatones habituales de los esporádicos,
trajes almidonados en exceso y cuyo color original resulta imposible determinar,
algún blanco despistado que te mira furtivamente buscando complicidad,
un hombre completamente desnudo pidiendo en la puerta de una iglesia copta,
guardas que dormitan en los jardines de las casas habitadas por forengys,
bellos rostros femeninos tatuados con cruces y rayas,
bazares que rotulan conocidas marcas comerciales en sus fachadas y carecen de ellas en sus existencias,
pies descalzos que identifican a quienes están tras las estadísticas de las Naciones Unidas,
burros y bicicletas, muchas bicicletas…
Así es un paseo por las principales calles de Bahar Dar. Solo unos pasos separan a esa gigante televisión de plasma del niño semidesnudo que duerme resguardado en una glorieta. Las desigualdades crecen a medida que el capitalismo y la globalización avanzan, sin embargo, las grandes corporaciones se resisten a conquistar este recóndito lugar. En una de las principales avenidas las camareras del Starblaks ofrecen, con su exiguo inglés, un exquisito café nacional mientras plantan cara al avance de las transnacionales con una falsa franquicia que promociona el comercio y el empleo local.
La expresión ser un blanco perfecto cobra sentido, y no precisamente en su matiz racial. El blanco de muchas miradas, el blanco de la mendicidad, el blanco de los mosquitos, el blanco de aquellos que buscan ganarse la vida brindando su ayuda al forengy y, en definitiva, el blanco que trajo el capitalismo y la esclavitud. El color de piel te delata.
El abigarrado abecedario amhárico esconde muchos secretos que solo unos pocos forengys han conseguido descifrar. La afluencia de voluntarios, organizaciones no gubernamentales e incluso constructoras asiáticas, han impuesto el bilingüismo en los carteles de la ciudad y han diseñado una red de hoteles, restaurantes y algún que otro resort para encerrar al forengy en su burbuja occidental. Con todo, una mirada hacia fuera desde la ventana del hotel te devuelve a la realidad. Casas de adobe donde las mujeres muelen el grano y cocinan injeras con leña. La amarga injera se acomoda mejor en los delicados estómagos de los forengys cuando se comparte con un etíope, que te ilustrará en la maestría de comer con los dedos, algo que el “progreso occidental” se encargó de que olvidaras.
En Etiopía el tiempo no tiene prisa. Según el calendario etíope seguimos en 2004, no hay mejor clínica de rejuvenecimiento. Sentirte 7 años más joven cuesta el equivalente a 50 céntimos de euro, el precio de 6 fotos de carnet con la impronta del año etíope. Los dictámenes de la globalización hacen que la hora etíope empiece a estar en peligro, sin embargo, aun son muchos los lugares en los que la salida del sol marca el inicio de la cuenta horaria.
Tras años de abstinencia informativa he vuelto a encender el televisor. El único canal del hotel, Al Jazeera News, me hace recordar que la globalización suele dejar huella en sus victimas, y parece haber pasado por aquí. La tierra africana que mejor resistió la embestida colonialista no ha podido resistir el envite de la globalización.


Publicado en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=141399&titular=una-mirada-a-etiop%EDa-

Il Cavalieri